La balsa

Estoy seco, no tengo nada que añadir, hace un rato desperté en la balsa creo que hacia las tres y ella se arrebujó aferrándose a la sábana y desde algún lugar que yo no conozco me dijo you must sleep. You must sleep, eso fue todo, sentí el vacío que nunca hasta entonces había sentido, los párpados rendidos, casi cerrados, incorporado en la balsa donde soñábamos con tanto.

Hace buena noche pero no sé lo que llevo puesto, no soy consciente de mí mismo, crucé la plaza como un espectro de vuelta a su hogar tras el gran aquelarre, todo me trajo hasta aquí, estoy a un mes de los exámenes a los que no me presentaré una vez más, mis padres desconocen mi vida y yo desconozco las sorpresas que ésta me depara, camino del fracaso absoluto, yo que tanto.

Ella dormía plácidamente tras haberme pedido que descansara en un idioma que nos era ajeno, pero mirándola supuse fríamente que si alguna vez podría un hombre perder la cordura sería en ese momento. Los sueños nunca mienten, ni siquiera ocultan la traición pero ella era culpable y víctima de su huida, máxime ahora que había vuelto para hundirme o reflotarme con su aterradora sinceridad, maldita manipuladora ahora vienes contando después de tantos meses de cartas distópicas, de corazones de colores en las mismas, de emisoras desintonizadas, de tardes comprando una y otra tarjeta de teléfono y regreso a la cabina de la plaza, de sospechas e inocuas venganzas con insustanciales estudiantes para cubrirme la espalda, de silencio y lectura hasta el amanecer y sueño mientras los catedráticos imparten su conocimiento, de puta locura queriendo que regreses pero no así, no diciendo que lo sientes, que me equivoqué, que fui al médico para abortar, que aquí está la autorización para acabar con todo, que finalmente no pude.

Y yo mirándote en silencio no quiero pegarte, extrañamente te quiero aún más, todo vino dado como debía ser, las cosas se tuercen cuando deben torcerse y yo me brindaré a estar ahí escribiéndote durante meses y tú me contestarás desde alguna casa de lamas horizontales de madera lacada de la costa inglesa y yo adoptaré la posición de dominio moral que no quiero y tú comenzarás a hablar con tu bebé e interpretarás que el padre biológico ejercerá como tal y yo iré diluyéndome en mi fortaleza y perderé la confianza según me rehaga y las cartas se espaciarán en el tiempo hasta que una mañana de noviembre algo mucho más terrible que tú y tus mentiras me destroce y tenga que apelar al ave fénix para salvarme y quizás olvidarte o aprender a vivir sin ti.

Estoy sentado en un banco en el borde de un modesto parque al que miran varios edificios, no recuerdo dónde exactamente, sólo sé que en algún lugar entre la Plaza Mayor y la Gran Vía, hoy inhóspitas y silenciosas, debe ser mayo y principio de semana. Sigo sin recordar si llevo la estúpida camiseta de Jim Morrison con estrellas amarillas en el pelo o si llegué desnudo, tampoco el tiempo que estoy pasando aquí con la derrota asumida, tiempo eterno como los golpes gloriosos que le cambian a uno, tiempo de desolada reflexión y golpes que esperan respuesta.

Tantas veces bordeé la plaza bajo los soportales de la fachada contraria a la del ayuntamiento, camino de los bares, tantas veces ya pasadas, hoy la caminé sin destino fijo, cruzando hacia abajo donde estaba todavía el Gran Hotel para allí perderme donde nadie me viera, sin valor ni pánico suficientes para tirarme al río, apelando a la distancia. Es maravilloso cómo todo desastre abre oportunidades si no te ahoga su abrazo.