Cuando te marchas
y la soledad se come la casa
me echo a temblar.
Me asustan los vacíos tan marcados
que dejas por las esquinas como señales,
recuerdos vivos de la fragilidad de las cosas.
Sólo el rastro de tu perfume sobrevolando las habitaciones
hasta desaparecer
o los pelos de tu pirámide inversa pegados en la pared de la ducha
atenúan mis temores.
Pequeñas realidades a las que asirme para formar tu otra yo
que siempre permanece a mi lado.
Luego vuelves y ella se va
y ya no sé a quién echar más de menos.